Leila Chafai
“No se nace mujer, se llega a serlo”, Simone de Beauvoir
En este artículo sobre las luchas de las familias de los presos políticos, trataré dos temas divididos en dos partes principales. La primera se relaciona con las luchas de las familias de los presos políticos en Marruecos, durante la época de los años ochenta. La segunda se relaciona directamente con mi experiencia personal, ya sea dentro como fuera de la prisión.
Luchas de las familias para definir las condiciones de detención de sus familiares:
La campaña de arrestos de los militantes de la Nueva Izquierda se inició a principios del año 1972, después de que las autoridades supieran de la existencia de tres tipos de organizaciones marxistas-leninistas clandestinas, a saber, el grupo 23 de marzo (escindido de la Unión Socialista de Fuerzas Populares) y grupo Adelante (Ila l’amam, escindido del Partido Comunista de Marruecos) y al servicio del pueblo.
Durante esta etapa, las graves violaciones de derechos humanos alcanzaron un nivel sin precedentes. Los detenidos eran enterrados en lugares secretos, como es el caso de Darb Moulay Cherif en Casablanca. Allí eran sometidos a torturas sistemáticas y brutales, en concreto, allí fue donde el luchador Abd al-Latif Zeroual fue martirizado, y otros fueron condenados a contraer enfermedades crónicas, y algunos de ellos hasta llegaron a enloquecer.
Las familias desconocían el destino de sus seres queridos, quienes fueron secuestrados durmiendo en sus propios lechos antes del amanecer. Madres y padres buscaron a sus hijos, sin resultado alguno, hasta que aparecieron de forma repentina a finales de 1976, en el momento que los presos políticos eran trasladados a las prisiones de Ain al-Burjah y Okasha.
Las condiciones de vida eran trágicas en estas dos cárceles. La activista francesa Lucile Dauma, miembro principal de la lucha de las familias de presos políticos, ex esposa del preso político Driss Bouisff Reggab, describe con detalle -en una entrevista que le realicé- las condiciones de la visita: “En cuanto a la situación del parlatorio del centro penitenciario, era insoportable. Había mucho ruido. La sala estaba llena de gente. La situación era difícil porque el tiempo de la visita era limitado y toda la familia quería verlo. Íbamos a visitarlo conjuntamente diez miembros distintos de la familia. Todos querían hablar con él, y todos querían hacerlo al mismo tiempo. Era muy difícil comunicarnos. Ya sabes tú cómo eran las tradiciones marroquíes. Yo intentaba atrapar el hilo de discusión, para empezar a preguntarle, para poder discutir algo en concreto, y alguien de su familia le gritaba detrás de mi espalda: “¿Ewa, Labas?” (¿qué tal?) (sigue riendo), en ese caso tenía que retroceder hasta el principio, la comunicación era difícil, así que la alternativa era usar las cartas como vía de comunicación. Le daban una hoja de papel en la que solía escribir con letra muy pequeña para que pudiera poner tanto como fuera posible. Los papeles eran pequeños y se enviaban a través de la administración de la cárcel. Si no les gustaba algo, lo cancelaban con tinta negra para que no lo leyera. Era la única manera posible, a pesar del control de la administración penitenciaria. No teníamos otra elección».
Sin embargo, a principios de la década de los ochenta, las condiciones de la visita mejoraron mucho gracias a las luchas reivindicativas de los detenidos y de sus familiares, y la visita se hizo de forma directa. Ya no había un gran control de la relación familiar entre los visitantes y los detenidos, lo que promovió poder establecer relaciones amorosas entre varios detenidos y las chicas que hacían visitas a la cárcel.
Un número significativo de madres provenían del medio rural o semirrural, y vivían una vida «normal» con sus maridos conservadores. Algunas de ellas no sabían nada de lo que acontecía fuera de los estrechos alrededores de su casa, y el arresto del hijo fue una oportunidad para su liberación. Se ponían a viajar desde varias regiones de Marruecos y sus maridos no podían impedírselo. Así fue cómo comenzó el ciclo de liberación, acompañado del dolor y del sufrimiento por el hijo. Algunas esposas que residían en Rabat abrían sus casas a las madres y hermanas que venían de otras ciudades para pasar la noche y coordinar la manera de protestar. De este modo, el movimiento comenzó a crecer y a intensificarse.
Las familias de los detenidos políticos, que estaban compuestas principalmente por mujeres (madres, esposas, novias, hermanas, etc.), jugaron un papel importante en la información de la opinión pública nacional e internacional de lo que estaba sucediendo dentro de la prisión. Asimismo, estas mismas familias apoyaron a sus familiares cuando se involucraron en diversas formas de lucha desde la prisión para mejorar sus condiciones y reconocerlos como presos políticos. Este movimiento solía hacer todo lo que estaba en su poder para apoyar a los detenidos. Como, por ejemplo, a través de diversas formas de protesta en diversos lugares como las mezquitas, tribunales, el ministerio de justicia y en convocatorias del sindicato de estudiantes, etc. así como también a través de las redes de contacto con agencias de noticias extranjeras e intentar organizar todo lo que se consideraba apropiado.
El sufrimiento de las mujeres del movimiento fue doble. Por un lado, su sufrimiento fue significativo, ante las presiones y controles por parte de las autoridades locales, sobre todo con la policía política, ya que fueron sometidas a todo tipo de represión, incluido el arresto, el interrogatorio, tortura física y psicológica. Además, por el otro, la mayoría de estas mujeres, especialmente las esposas, fracasaron en sus relaciones con sus maridos y posteriormente rompieron sus relaciones y se divorciaron. La pregunta que surge al respecto es la siguiente: ¿por qué la mayoría de las relaciones de los detenidos con sus esposas fracasaron? ¿Y de quién es la culpa de la ruptura? ¿Cuál fue el papel de la prisión en todo eso? Todo esto considerando la premisa que la prisión destruye desde dentro la psique de la persona y crea una gran brecha entre ella y la vida.

Testimonio de mi propia experiencia:
En 1982, cuando conocí a mi esposo en la cárcel en circunstancias muy especiales, la visita fue directa, no había por entonces parlatorio, y eso fue posible gracias a las luchas de los detenidos y sus familias. Kader, quien era mi amor en ese momento, fue detenido y condenado a 20 años de prisión, quien no se convertiría en mi esposo hasta 1989, después de su liberación. Esto significa que pasé siete años de relación de pareja con él, mientras estaba en prisión sin un contrato matrimonial en una sociedad que no permite las relaciones extra-conyugales. En una sociedad que no cree en las relaciones sexuales fuera de la institución del matrimonio.
En esa época yo era una joven feminista, rebelándome contra las normas y las tradiciones impuestas. Por aquel entonces yo no creía en el amor puritano y el sexo ocupaba un papel central en mi relación con el otro. Creía y sigo creyendo en la libertad de la mujer en relación con su propio cuerpo. Mi naturaleza era resistente, rebelde y en absoluto servil en mi relación con todos los tipos de poderes, incluido el masculino.
No había posibilidad de hacer el amor dentro de la prisión. Así que pasé un año con mi novio luchando para obtener este derecho. La administración no estaba dispuesta a tener más problemas con los detenidos y al final permitió que los prisioneros dispusieran de lugares de reclusión íntima con sus parejas. Y fue así como comenzamos a tener relaciones sexuales, aunque en condiciones completamente inapropiadas.
Recuerdo que mi novio había publicado en 1983 un artículo titulado “dentro de la cárcel exigimos nuestro derecho al amor”, mientras yo publiqué otro artículo “Desde fuera de la cárcel exigimos nuestro derecho al amor”.
La idea era romper el asedio sexual de los detenidos políticos, después de haber roto el asedio político gracias a sus continuas luchas con sus familias. Sobre todo que este grupo de detenidos jugaba en otra ligua, ya que cuando fueron detenidos, los partidos de oposición de los cuales salieron dichas organizaciones, eran más reales que el rey. Así por ejemplo, el Partido de Progreso y socialismo (ex partido comunista) exigió la condena a penas máximas, mientras que un dirigente de la Unión Socialista de Fuerzas Populares quien era director del periódico del mismo partido, se negó a hablar a favor de ellos durante el juicio, si no hubiera sido por una de las madres que le convenció. Mi propio sufrimiento con mi esposo tuvo un carácter diferente. Pasé siete años entre la felicidad y el dolor. Nunca me consideré una víctima, porque era mi propia elección. Era muy consciente de lo que pasaba en mi país. Era consciente de la naturaleza del conflicto político, ya que estaba luchando en el sindicato de estudiantes, además fui fundadora del movimiento feminista en Marruecos, luchadora dentro del movimiento de las familias de los presos políticos y estaba dispuesta a pagar el precio de mis elecciones de vida.
Los presos políticos acudían de vez en cuando a Rabat para ser hospitalizados. Algunos de ellos solo querían venir a la ciudad. Acordaban con un médico que conocían que les diera una cita para venir y poder así hacer otras cosas, como acordar una salida con el guardia y salir a respirar el aire de la ciudad, poder encontrarse con su amante o esposa y luego regresar de nuevo a prisión.
No olvidaré la conmoción que sufrí cuando me encontré con mi novio por primera vez en mi casa fuera de la prisión. Tratamos de hacer el amor, pero no se puso erecto. La presión psicológica era muy fuerte.
Quiero enfatizar algo que considero muy importante. Imagínense conmigo una mujer que es consciente de las exigencias de su cuerpo, que va a la cárcel y se abre de piernas en condiciones que se dicen inhumanas y que deja que su compañero descargue sus deseos reprimidos, luego se viste y hace como si nada hubiera ocurrido. Nunca fue fácil para mí, pero lo consideraba como una misión de militante. Sin embargo, soy mujer y mi cuerpo tiene necesidades, así que decidí convencer a mi novio de la posibilidad de tener sexo con otras personas. Por supuesto, él rechazó la idea. Fueron necesarias cinco visitas sucesivas hablando del mismo tema, hasta que al final le dije que considerara que mi brazo izquierdo estaba agangrenado y que me lo tendrían que amputar. La herida podría sanar después de uno o dos años, pero acabaría por sanar y sabía que podría vivir una vida normal, sin él. A resultas de esto, se sintió amenazado y me escribió una carta en la que decía que estaba a favor de las mujeres y de mi libertad, y que no tenía ningún inconveniente en abrir su mente y aceptar mis relaciones si me quedaba con él …
Y me quedé con él.
Yo siempre me atrevía a expresar mis deseos libremente, por lo que tuve muchas relaciones sexuales. Pero, por alguna razón, amaba a Kader. Por esa razón colgué una foto enorme de él frente a mi cama, y en mis fantasías repetidamente imaginaba que tenía sexo con él y no con otras personas. Siempre que conocía a alguien le decía que mi amor estaba tras las rejas, y que tenía sexo con él solo porque teníamos (él y yo) un mínimum en común, pero que nunca le amaría. Ahora siento la ofensa que mis comportamientos causaron a varios de ellos. De hecho, uno de ellos se enamoró de mí, se olvidó de sí mismo y me pidió mientras estábamos sentados en un café que me casara con él, así que me enojé y corté mi relación con él en aquel mismo momento.
Siempre que sentía que alguno de ellos comenzaba a tener sentimientos hacia mí, me separaba de él, y buscaba a otro. ¡Todo esto “para cumplir mis promesas (!!??)” Y proteger mi amor por Kader. Ahora no sé por qué lo hice, pero no me arrepiento de nada de lo que he experimentado en toda mi vida.
Como resultado de mis elecciones políticas y de trayectoria de vida, fui, al igual que varias esposas, objeto de acoso policial. Cada vez que iba a ver a mi pareja en el hospital, sabía que no volvería a casa sin pasar por comisaria y sufrir los acosos de la policía. Se volvió una norma para mí. Había un agente de la DGED (Dirección General de estudios y de la Documentación, que en realidad funcionaba como una policía política) llamado Al-Kholti, que supervisaba la investigación y que había participado en la tortura de los detenidos dentro del famoso centro clandestino de tortura “Darb Moulay Sharif” en Casablanca.
En 1986, un gran número de detenidos fue puesto en libertad después de la terminación de sus mandatos o como resultado del indulto real. Mi amiga Lucile (esposa del mencionado detenido político hispano-marroquí) y yo, liderábamos el movimiento de familias. El Papa Juan Pablo II iba a organizar una visita a Marruecos, así que decidimos, las familias, organizar protestas dentro de las ciudades de Rabat y Casablanca para llamar su atención y la del mundo cristiano, y de allí el impacto sobre la opinión pública internacional, reivindicando directamente la situación de nuestros familiares detenidos.
Decidimos que las familias que residen en Casablanca organizarían una sentada ante el tribunal de apelaciones en la misma ciudad y las familias de Rabat, harían lo mismo ante el Ministerio de Justicia. Al mismo tiempo, me estaba preparando para ir a Francia con la finalidad de poder cursar mis estudios de doctorado allí. Lucile y yo entregamos algunas notas de prensa que habíamos preparado para las agencias de noticias francesa y española. De repente la noticia se filtró a la policía y vinieron a llevarnos a Lucile y a mí.
Debido a que Lucile es francesa, tras su arresto que se parecía a persecuciones de Hollywood, exigió la presencia del embajador de su país, por lo que la dejaron en libertad el mismo día. Y como yo no tengo ni embajador ni un país que abrace mis pertenencias, me arrestaron y paralizaron mi cuerpo con tortura física y psicológica por un período de tres días y luego tres meses de tortura psicológica antes de que me quitaran el pasaporte y me impidieran salir del territorio nacional por cuatro años. Al cabo de un año después de la salida de prisión de mi novio, y gracias a intervenciones de gente próxima del poder, pude recuperarlo en 1990.
Después de la salida de mi esposo de prisión, empecé a sufrir de otra manera. Yo soy una mujer muy fuerte, pero al mismo tiempo muy frágil. Dedicaba mi fuerza a luchar contra todo tipo de poderes, al régimen político y al poder patriarcal, pero, en lo más profundo de mi ser, me sentía verdaderamente frágil, sobre todo con respecto al amor. Amaba mucho a Kader y estaba muy feliz de tenerlo a mi lado; pero cada vez que una amiga me visitaba, él la miraba con deseo, fuera como fuera su cuerpo, solo le importaban las nalgas y la parte inferior del abdomen. La mayoría de mis amigas eran mujeres activistas. Tres años después de su liberación me enteré de que tuvo una relación con una íntima amiga mía durante cinco meses antes de salir de la cárcel. Comprendí que quince años de prisión lo habían convertido en una persona reprimida, que quería compensar los años perdidos estableciendo la mayor parte de relaciones posibles con mujeres, pero al mismo tiempo no quería perderme a mí porque «me amaba».
Cuando salió de la cárcel, yo estaba embarazada en el tercer mes de nuestro primer hijo. Un embarazo fuera de la institución del matrimonio. La primera causa de mi sufrimiento, antes de que saliera de la prisión, era que no creía que era su propio hijo, lo que me empujó a intentar abortar antes de que se echara atrás. Este niño murió nueve días después de su corta visita en la vida, dejándonos destrozados a los dos.
Recuerdo que le pedí, después de esta muerte, que entendiera que yo me iba a Francia a realizar mis estudios del doctorado y que él, podía quedarse en Marruecos, teniendo relaciones con quien quisiese. Y más tarde, si después de algún tiempo sentíamos que todavía nos amábamos seguiríamos juntos, sino, cada uno tomaría su propio camino. Recuerdo que pasó una noche en blanco llorando y diciéndome que ahora me necesitaba más que cuando estaba preso, que yo era su guía en esta nueva vida, una vida que había cambiado drásticamente respeto a la que dejó atrás en los años setenta.
Me quedé con él.
¡Lo amaba tanto! Estaba obsesionada con él y él también me amaba, pero al mismo tiempo amaba los cuerpos de las demás mujeres.
Di a luz a nuestra única hija Rania en 1991, antes de que nuestra relación terminara en 1996, después de que decidiera separarme físicamente de él por mi conmoción, después de mi regreso de Madrid y el descubrimiento de una escritora semidesnuda con él en casa. En 2009 se produjo el divorcio después de que mi hija me lo pidiera, como si me estuviera dando la llave de la gran prisión invisible en la que me metí por su propio equilibrio psicológico.
¿Dije que no era una víctima? Quizás todas y todos fuimos víctimas de un régimen dictatorial, por un lado, y de un sistema patriarcal del otro. Especialmente las mujeres que son víctimas de una doble opresión.
Todos y todas somos víctimas de un período de transición por el cual las mujeres pagan el precio tanto como lo pagan también los hombres. Quizás los dos fuimos víctimas de una educación sexista que, al fin y al cabo, hace que los dos suframos de una socialización determinada, así como también de las circunstancias políticas que luego se dieron a conocer como los Años del Plomo. Quizás sea víctima de mis propios delirios tanto en los campos políticos como emocionales. ¿quién sabe?
En cualquier caso, fue la experiencia de lucha la que contribuyó en gran medida a enriquecer mi trayectoria de vida, así como las trayectorias de vida de muchas mujeres que participaron en el movimiento de las familias de presos políticos. Y dado que la detención política continúa, han aparecido otras familias luchando por sus familiares, como las familias de los detenidos en Jerada y el Rif. La lucha de las familias no se detendrá hasta que cese la detención política y de opinión en Marruecos, y esto no sucederá sin el surgimiento de un sistema democrático que respete la libertad de expresión, la diferencia y la adopción de un desarrollo que garantice a las personas una vida digna.

La experiencia de las mujeres de las familias de presos políticos durante los años setenta © 2021 by Leila Chafai is licensed under CC BY-NC-ND 4.0